El hombre, aerosol en mano, está concentrado haciendo una pintada callejera sobre un muro.
Reclama por una presa política. Sus compañeros, más jóvenes, hacen de campana. De golpe, sin advertirlo, se ve rodeado por cuatro hombres de civil, armados, que lo suben a la fuerza a un auto blanco sin patente. Lo golpean fuertemente y lo insultan. Por peronista, le dicen. Lo llevan hasta la comisaría de ese pueblo cordobés. Lo encierran esposado y lo mantienen incomunicado en una celda de aislamiento, sin alimentos. Lo interrogan durante más de diez horas. El hombre teme lo peor. Siente que la muerte lo rodea. Ya había recibido amenazas telefónicas. Los servicios de inteligencia de la ciudad conocen todos los detalles de su vida. Al día siguiente lo liberan sin devolverle su auto. Antes, le arman una causa penal.
Reclama por una presa política. Sus compañeros, más jóvenes, hacen de campana. De golpe, sin advertirlo, se ve rodeado por cuatro hombres de civil, armados, que lo suben a la fuerza a un auto blanco sin patente. Lo golpean fuertemente y lo insultan. Por peronista, le dicen. Lo llevan hasta la comisaría de ese pueblo cordobés. Lo encierran esposado y lo mantienen incomunicado en una celda de aislamiento, sin alimentos. Lo interrogan durante más de diez horas. El hombre teme lo peor. Siente que la muerte lo rodea. Ya había recibido amenazas telefónicas. Los servicios de inteligencia de la ciudad conocen todos los detalles de su vida. Al día siguiente lo liberan sin devolverle su auto. Antes, le arman una causa penal.
Para ser un hecho violento ocurrido en plena dictadura videlista, el relato resulta tan tristemente verosímil que estremece. Pero no. Lo narrado no pertenece a aquellos años de plomo sino a algunas semanas atrás, apenas. Le ocurrió en La Calera a Cecilio Salguero, jubilado de 72 años y militante en derechos humanos, quien sí estuvo detenido-desaparecido en el campo clandestino La Perla, cuando su vida dependía de la voluntad del genocida Menéndez. El miedo y el recuerdo de la picana en su cuerpo nunca se le fue. Salguero, quien pintaba a favor de la libertad de Milagro Sala, radicó la denuncia en la justicia provincial ante la fiscal y dos jueces federales. También se presentó ante el Ministerio de Justicia cordobés. Hasta ahora no tuvo ninguna novedad.
Este grave episodio debería alertarnos a todos, como sociedad. Ni siquiera trascendió en los grandes medios, en la televisión, en las radios. La ministra Bullrich debería estar al tanto, llamando a una conferencia de prensa para denunciar el hecho, ponerse del lado de la víctima y exigir justicia. Bien. Nada de eso ocurrió.
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